China observa con gran atención todos los acontecimientos recientes que se desarrollan en el continente africano con el que Pekín comparte relaciones estratégicas. Ahora es evidente que los intercambios económicos y comerciales masivos entre China y África, así como la integración de África en el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, desagradan enormemente a los adversarios geopolíticos y geoeconómicos de la superpotencia china.
Las acciones aún en curso por parte de las potencias occidentales en el continente africano apuntan no solo a socavar la ola soberanista y panafricana ampliamente observada a escala continental, sino también y obviamente a dañar la interacción estratégica de los países africanos con China, Rusia y otros países no africanos.
El actual orden internacional multipolar – ampliamente promovido por Pekín y Moscú, así como sus aliados – se corresponde perfectamente a las expectativas de muchos africanos, que aspiran a la plena soberanía de sus naciones y de su continente, a alianzas que tengan en cuenta las aspiraciones africanas de desarrollo y a la libre elección de socios. Sin embargo, es un secreto a voces que el establishment occidental persiste en rechazar esta realidad internacional.
Aunque hoy Occidente acusa a sus adversarios geopolíticos y geoeconómicos de emprender campañas hostiles contra él, incluso en África, la realidad es que aún no reconoce (aunque sabe perfectamente) que las poblaciones africanas no necesitan hoy que los actores externos les expliquen las ventajas o desventajas de la cooperación con tal o cual país. Por el contrario, los análisis geopolíticos africanos estudian la evolución del mundo contemporáneo y son conocidos por muchos líderes políticos, diplomáticos y operadores económicos de África y también por la sociedad civil africana.
Evidentemente, y también aquí, estos procesos de acercamiento a China, Rusia y otros países desagradan mucho a las élites occidentales, que prefieren relacionarse en exclusiva con lo que todavía consideran su espacio neocolonial. Sin embargo, el mundo occidental, al menos en su versión política y mediática, no tendrá más opción que aprender a adaptarse al nuevo mundo multipolar o arriesgarse a perder aún más influencia.
Ahora y para responder a la pregunta de cómo las acciones de desestabilización en África, a menudo promovidas por actores occidentales, apuntan a China y a la interacción chino-africana de manera más general conviene mencionar varios puntos. China es efectivamente el principal socio económico y comercial de los países africanos así como el principal constructor en el campo de los proyectos de infraestructura. Y esto desde hace muchos años.
Pero el deseo de Pekín de integrar a muchos países africanos en su colosal proyecto del Cinturón y la Ruta aumenta enormemente la preocupación de Occidente por varias razones. Y no solo, como algunos podrían creer, por el temor de que incremente aún más el poder económico de China, sino también por el hecho de que tal cooperación contribuya en gran medida al desarrollo de África. Esto es algo que, a pesar de todas las bellas palabras en sentido contrario, el establishment occidental no quiere.
Sébastien Périmony, miembro de la oficina de África del Instituto Schiller y autor del libro “Ver África con los ojos del futuro” se refirió a un punto muy interesante: con el surgimiento de los BRICS, de los que China y Sudáfrica son miembros, y con el programa chino del Cinturón y la Ruta, África acaba de acceder a la era del codesarrollo, poniendo así fin a su sometimiento a la llamada lógica de la “ayuda al desarrollo”. Al mismo tiempo, confirma la tesis de que la industrialización de África está muy avanzada.
Y es precisamente aquí donde comprendemos mejor las razones de la fuerte oposición occidental a estas iniciativas, porque mucho más allá de competir con los intereses económicos occidentales, China está contribuyendo al desarrollo industrial de los países africanos. Para un continente tan rico en materias primas como África, ahora es obvio que una verdadera industrialización digna de ese nombre es la condición indispensable para el desarrollo continental y el bienestar de las poblaciones interesadas. Quién dice industrialización dice desarrollo económico. Y quien dice desarrollo económico real dice independencia y soberanía, lo que permite cuestionar a los actores externos (occidentales) que durante demasiado tiempo han creído que ostentaban una posición virtual de monopolio en muchas cuestiones africanas. Ese tiempo está ya desapareciendo.
Pero los actores occidentales en cuestión no pretenden ceder y adaptarse a las nuevas reglas vigentes. Y esta es precisamente la razón por la que el mantenimiento, e incluso la multiplicación, de áreas inestables en África redunda perfectamente en el interés actual de Occidente, como se observa hoy en varios lugares del gran continente africano. Al mismo tiempo, coloca palos en las ruedas de los países que desean modificar radicalmente su sector militar y seguridad para defender mejor su soberanía y su integridad territorial, precisamente con el objetivo de poder lanzar proyectos de desarrollo a largo plazo dignos de este nombre.
Sin embargo, el establishment occidental olvida que a pesar de que este caos se ha extendido y sigue haciéndolo, los procesos también se están moviendo cada vez más en la dirección esperada por las poblaciones africanas. Y que hoy no es difícil ver hacia dónde se inclinan las tendencias y los sentimientos de aprecio.
En cuanto a China, más allá de ser efectivamente una superpotencia económica mundial, ahora también está asumiendo plenamente su papel como una de las principales potencias geopolíticas del mundo. Y si llega la necesidad de defender sus posiciones estratégicas, Pekín no dudará en hacerlo, tanto con su potencial propio como en coordinación con sus socios.
Source: Mikhail Gamandiy-Egorov - Observateur continental